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¿Te guardas todo y, de repente, explotas ante la mínima provocación como si fuera la peor ofensa del mundo? ¿Sientes presión en el pecho o un constante nudo en la garganta? ¿Observas algo que te incomoda y, por dentro, te invade una oleada de emociones, pero te callas y lo guardas?
Te invito a reflexionar: ¿Por qué reprimimos nuestros sentimientos?
Reconocer y abrazar nuestras emociones a medida que surgen es fundamental, en lugar de reprimirlas o suprimirlas. Muchas de nuestras batallas emocionales se originan en nuestra tendencia a resistir el momento presente. A menudo, nos insensibilizamos ante emociones incómodas, enterrándolas profundamente, creyendo erróneamente que ignorarlas o reprimirlas las hará desaparecer. No obstante, la realidad es que la represión solo sepulta temporalmente estos sentimientos, creando una bomba de tiempo emocional que puede explotar ante el menor evento futuro.
Al aprender a sentir y aceptar nuestras emociones en el ahora, nos liberamos de traumas pasados y ansiedades futuras. Estar completamente presentes con lo que experimentamos, ya sea alegría, tristeza, enojo o miedo, nos permite transitar la vida con menos cargas emocionales. Aprendamos a abrazar nuestras emociones sin juicio, simplemente por lo que son y en el momento.
Existe una conexión innegable entre nuestras emociones y las sensaciones en nuestro cuerpo. Estar conscientes de las sensaciones físicas asociadas con nuestros sentimientos nos permite acceder a una sabiduría más profunda e intuitiva, y así no quedar atrapados únicamente en el constante parloteo de la mente. Nuestro cuerpo físico, siempre presente, se convierte en una guía confiable para entender nuestro verdadero estado emocional.
Reprimir nuestras emociones puede conducir a patrones de comportamiento destructivos. Al sentir lo que sentimos en el momento presente, obtenemos el poder de liberarnos de estos ciclos negativos. No se trata de expresar exageradamente cada emoción, sino de mantener un nivel constante de conciencia para permitir que nuestras emociones afloren. De esta manera, elegimos conscientemente cómo responder a ellas, rompiendo las reacciones automáticas y, a menudo, perjudiciales que surgen de sentimientos reprimidos.
Cuando somos conscientes de nuestros pensamientos y emociones sin enredarnos en ellos, creamos el tan necesario espacio para una comprensión más profunda de nosotros mismos. Mantener este nivel elevado de conciencia nos permite ser más compasivos, empáticos y amorosos, marcando una diferencia significativa en nuestra manera de enfrentar los desafíos de la vida con claridad.
Seamos nuestros propios observadores, siempre amorosos y libres de juicios. Aunque el mundo nos tiente constantemente a escapar del presente con sus innumerables distracciones, mantener este nivel de conciencia, donde nos convertimos en nuestros propios observadores, totalmente libres de juicios, y nos permitimos abrazar cada una de nuestras emociones en el momento, nos ayuda a vivir plenamente en el presente. Así es como comenzamos a conectar con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. Esta es parte de la magia de estar conscientes.
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